Hoy es 14 de Octubre. Un día más del año para casi todo el mundo. Pero para un pequeño país, en el centro del continente americano, es un día de alegría. Hoy hace un año, se logro una hazaña que merece recordarse. El 14 de Octubre del 2009, Honduras clasificó para el Mundial de Sudáfrica. Hoy un año después, nos hemos despertado del sueño, pero el recuerdo de aquella noche, nunca se podrá olvidar.
Había sido una larga eliminatoria. Después de 17 partidos, se llegaba al último con incertidumbre total. Hacía solo tres días, la fortaleza, el Estadio Olímpico Metropolitano había sido vulnerada por Estados Unidos. Incluso Honduras había empezado ganando y con eso, ya todos nos sentíamos mundialistas. Pero vino la tragedia y por primera vez en toda la eliminatoria dejábamos puntos en casa.
La situación era clara: Con Estados Unidos y México clasificados y El Salvador y Trinidad y Tobago eliminados, solo había un cupo directo que debían disputar Honduras y Costa Rica. El equipo “tico”, con dos puntos de ventaja, visitaba Estados Unidos, mientras Honduras viajaba a El Salvador. No era descabellado pensar en una derrota de Costa Rica, pero un gane de Honduras se vislumbraba complicado. En caso de empate en puntos, la diferencia de goles y del duelo particular favorecería al equipo “catracho”
A los pocos minutos de comenzados ambos encuentros, que se jugaban en forma simultanea, Costa Rica se ponía a ganar con gol de Ruiz y al terminar el primer tiempo, Costa Rica estaba en Sudáfrica, ya con el 2-0 del mismo jugador, mientras que Honduras no solo no anotaba, sino que jugaba mal y producto de la frustración se quedaba sin entrenador en el banco.
En la segunda parte, Honduras sin ser brillante, lograba el gol por medio del histórico Carlos Pavón, que a ese momento se hacía inútil y solo servía para aumentar la frustración. Mientras eso ocurría en San Salvador, en Washington D.C. las cosas seguían igual.
Y mientras todo eso pasaba, un catracho en la sala de su casa en Alajuela, Costa Rica, sufría en solitario, escuchando por Internet la transmisión del juego de Honduras, pues la red estaba saturada como para poder verlo. Mientras tanto, miraba por televisión encuentro de Estados Unidos contra Costa Rica.
La frustración era enorme. Como solía ocurrir aproximadamente cada cuatro años, desde que tenia memoria, estaba maldiciendo a todo y a todos y sintiendo envidia pero de la mala, de Costa Rica, que estaba demostrando una vez mas que a pesar de todas sus dificultades, sabía sacar los resultados en el momento mas oportuno. Por su parte Honduras era todo lo contrario, pues ganaba muchos juegos, pero perdía los partidos claves.
Los “gringos” que habían sido contundentes tres días atrás contra Honduras, creaban opciones, pero las desperdiciaban miserablemente, razón por la cual los odiaba mas que nunca. A poco del final, llegó el descuento, pero parecía tarde para algo más. El tiempo transcurría, Costa Rica hacía su partido y cortaba el juego para enfriarlo. Llegó el minuto 90 y mientras se decretaban 5 de reposición, el partido terminaba en San Salvador, o al menos eso dicen las crónicas pues para mí ya había terminado hacía muchos minutos.
Cuatro de reposición y Costa Rica atacaba. El balón estaba muy lejos del área tica, los narradores ya celebraban la clasificación. La algarabía era grande. Balón recuperado por los norteamericanos, intento de ataque, y tiro de esquina, a falta de solo segundos. En la sala, de aquella casa de Alajuela, un puñado de huesos con carne, de lo que alguna vez había sido un ser humano, se revolcaba en el suelo por la desesperación.
Cuando se iba a cobrar el tiro de esquina, en un intento desesperado, le pidió a Dios que por favor, por una sola vez, la historia cambiara. El tiro se ejecutó y aun lo veo en cámara lenta. Parecía ir muy abierto, muy lejos como para pensar que un cabezazo desde pudiera ir con al fuerza suficiente para perforar la meta.
Pero apareció Jonathan Bornstein se elevo por sobre todos los de rojo, cabeceó con fuerza y el balón se dirigió con potencia, pero lentamente, hacía la red. Cruzó la línea de sentencia y fue una explosión de euforia, adrenalina, alegría, desahogo, y muchas sensaciones más que no pueden ser descritas con palabras. El salto del suelo al techo, fue instantáneo. El llanto se hizo presente, en seis millones de Hondureños, que veíamos como quedaban en el pasado tantos años.
En San Salvador, había llanto. En un principio fue de tristeza, pero luego se transformo en alegría. Los jugadores no lo creían, el entrenador (que estaba expulsado) iba a la cancha a consolar a sus muchachos, y no entendió porque los árbitros lo felicitaban. En cada rincón de Honduras la fiesta se extendió hasta el amanecer. Y en cada rincón del mundo donde había un catracho, la alegría fue incontenible.
La alegría se extendió por muchos días, incluso meses. Lo habíamos logrado, estábamos entre los 32 mejores equipos del mundo y estábamos orgullosos de serlo. Lo que vino después nos despertó del sueño, pero esa sensación que sentimos aquel día, será inolvidable. Ya pasó un año, y pasaran muchos mas, pero siempre tendremos una historia para contarle a nuestros hijos, nietos, bisnietos y una sensación única e irrepetible.
La noche más feliz de San Marino
Hace 1 día